viernes, 18 de noviembre de 2011

Descubriendo la ACB


Invade estos días la prensa deportiva nacional una especie de fiebre por un posible desembarco de jugadores NBA en Europa en el caso de que la temporada americana se venga definitivamente abajo. Algo así puede como no puede pasar. Tanto la suspensión completa del curso como que en ese caso el presunto desembarco tenga o no lugar. El cierre de la temporada americana no implica necesariamente una invasión. Tan sólo entraría, ahora sí, en el marco de la posibilidad, que ya es algo completamente nuevo.
Ante este panorama el efecto mental causado sobre el viejo baloncesto es razonable. Cuando más de 60 jugadores que militaron el año pasado en la NBA han aprovechado ya para emigrar, con cláusula de retorno o sin ella, es concebible dejarse seducir por el paso siguiente: nombres de mayor entidad. No necesariamente estrellas como Kobe Bryant (escolta de Los Ángeles Lakers), Dwight Howard (pívot de Orlando Magic), Kevin Durant (alero de Oklahoma City Thunder) o LeBron James (alero de Miami Heat). Bastan simplemente lujos del tipo LaMarcus Aldridge (ala-pívot de Portland Trail Blazers), Zach Randolph (ala-pívot de Memphis Grizzlies) o Carlos Boozer (ala-pívot de los Chicago Bulls). Por eso antes de que la realidad y el mercado se resistan vale reconocer que tan sólo ese posible muestrario, ese escaparate de lujo, es, puestos a soñar, fabuloso. Casi irreal.
Ahora bien, no se pretenden aquí las especulaciones que, dicho sea de paso, sacan lo mejor del periodismo sabueso que busca anticipar la pieza de caza. Así ha ocurrido esta semana con Tiago Splitter pese al mareante preludio de su destino final. Ocurre en estos casos que agente y periodista no suelen llevarse muy bien. Por eso aquí se pretende otra cosa: perfilar una advertencia que, de seguro, habrá pasado algo inadvertida.
Se corre el riesgo de pensar que los jugadores NBA, en caso de salir en oleada, seguirán un orden de cosas así como natural. Según este orden los jugadores establecerían una especie de jerarquía por la cual preferir las mejores ligas, como una selección de países por niveles de desarrollo. El buen aficionado al baloncesto en Europa no ignora que, por ejemplo, la ACB cumpliría tal vez mejor que ninguna otra con la suma de nivel de competición y garantía de cobro. Al menos del club que, inicialmente, se lo pueda permitir.
Sin embargo, desde el pasado mes de julio la realidad viene dando la espalda a esta inocente presunción.
Durante el verano que algunos jugadores NBA, nombres de cierto peso como Deron Williams (base de New Jersey Nets), Kenyon Martin (ala-pívot de Denver Nuggets), J.R. Smith (escolta de Denver Nuggets) o Ty Lawson (base de Denver Nuggets) se decantaran por destinos como Turquía, China o Lituania, era incluso menos desconcertante para el aficionado ACB que el hecho de que se fueran sumando a los rumores otros posibles como Italia, Francia, Rusia e incluso Inglaterra, Alemania o Bélgica.
En aquellas primeras semanas de fuga España, como posible destino, brillaba terriblemente por su ausencia. La competición española, la ACB como marca, pintaba entre poco y nada en el incesante desfile de rumores y de casi invitaciones de destino que la prensa americana volcaba masivamente a diario. Pero sobre todo, por el nulo influjo causado, de aplastante realidad.
La pregunta a formular era inevitable. ¿Cómo es posible que la tantas veces proclamada mejor competición nacional en el mundo fuera de la NBA no vea una paralela presencia en una coyuntura semejante? ¿Por qué un papel tan marginal ante un escenario de transacciones masivas (aún siendo muchas de ellas fabuladas)?
La explicación es muy simple. Ahora es cuando uno lamenta no haber transferido antes a papel el largo sondeo oral de dos años a centenares de jugadores NBA. Para explicarlo suprimimos de momento a los intermediarios y su campo de actuación. Situamos así al jugador medio NBA a solas frente a un gran mapa, una composición de lugar del baloncesto fuera de los Estados Unidos. La respuesta es poco menos que deplorable.
El conocimiento del baloncesto en Europa, de sus estructuras y niveles, incluso de su sola configuración en competiciones nacionales por parte de los jugadores NBA está por debajo de lo deficiente, grado éste más propio de la prensa americana en general. En lo que al conocimiento internacional respecta hay un enorme vacío temporal entre el formidable trabajo en el pasado de Alexander Wolff (Sports Illustrated) y la herencia posterior. Por aproximar, hasta fechas cercanas al lustro, cuando el gran nivel ofrecido por el baloncesto internacional, y no sólo por sus jugadores en la NBA, empieza a ser tomado en serio desde, pongamos, los Juegos Olímpicos de Atenas.
Uno ha tenido la ocasión de comprobar hasta el sonrojo buena parte de esto. Una de las preguntas realizadas a Timofey Mozgov en el vestuario de los New York Knicks enunciaba: “Tu presencia aquí, ¿ayudará a que el baloncesto en Rusia se conozca algo más?”. No era que Mozgov potenciara el baloncesto en su país. Era simplemente que en Rusia, como por fin, ese deporte se diera a conocer. Una diferencia abismal.
Todavía hoy, para una gran mayoría de prensa americana, la referencia a lo Euro lo hace directamente a la Euroliga, como si Europa y Euroliga fueran una sola y única realidad. Nada de competiciones nacionales, nada de siglas que enunciar a un periodista americano. Por no hablar de los jugadores, en cuyos peores casos es igual hacerlo con países enteros.
No son éstas líneas de denuncia. En toda nación deportiva cuecen habas. Se trata tan sólo de poner sobre la mesa una realidad que a lo peor el aficionado europeo creía cosa del pasado.
La gran excepción a este fenómeno de masiva ignorancia la representan, como es lógico, los internacionales. Es una doble cuestión de afinidad nacional y experiencia anterior. Que los franceses terminen en Francia, los turcos en Turquía y los rusos en Rusia no responde más que a la seguridad de lo conocido, de sentirse nuevamente en casa. Hay un tercer factor relacionado con intervenciones externas o el conocimiento personal. Así por ejemplo José Juan Barea (base de los Dallas Mavericks)sabe de la ACB por sus orígenes y su agente como Al Horford (ala-pívot de los Atlanta Hawks)por las confidencias de su amigo Taurean Green (base del Gran Canaria 2014). Más allá, y muy en especial para el nativo americano, no hay más que un mapa en blanco.
El posterior influjo de los agentes resulta finalmente clave en cualquier decisión final. Para ellos el objetivo más importante si no reciben consigna distinta de sus representados, es exclusivamente económico. De otro modo: voy donde más dinero y más garantías de cobrarlo me ofrezcan. Y a veces, como ocurrió con "D-Will", el primero que lo haga de forma convincente.
Lo que aquí, en lo básico, se quiere reseñar es que el preludio a la decisión final, en todo eso que un jugador NBA pudiera prevenir o conocer por sí mismo del mundo exterior, no hay la menor relación con lo que el buen aficionado europeo, conocedor de lo suyo por familiar, estima como lógica de niveles, como jerarquía de competiciones, como algo parecido a que el mejor jugador elegirá la mejor liga. Porque hasta ahora ni es así ni seguramente tenga por qué.
Y hay algo de decepcionante en todo ello. Porque si el criterio elegido no fuese más que el nivel de competición tal vez la ACB, la liga española, debiera ser el destino prioritario de cualquier posible emigrado, incluso de los más grandes. O al menos, no haber ocupado hasta ahora un lugar tan marginal en las líneas de prensa y su orbe de rumores, que al fin y al cabo reflejan la temperatura cultural en la escena deportiva de cualquier país.
Así pues, no se presume, de momento, que en caso de desembarco ‘overseas’ la ACB vaya a ser el destino ideal, prioritario y masivo. Lo mismo el día que ocurra se impone, sorprendentemente, otro criterio que hasta ahora ha brillado por su ausencia.


W.F.A.G.T.

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