"Esto ya lo toqué mañana,
es horrible, Miles, esto ya lo toqué mañana",
y no lo podían hacer salir de eso..."
(J.Cortázar, "El Perseguidor")
Estoy aquí, y eso es una terrible y dudosa certeza de hoy.
Inmóvil frente al papel en blanco, mientras el lápiz ansioso dormita en mi mano. Pero también estoy allí, ayer, y más allá. En un banco solitario de un parque agónico y vacío, bajo el abrigo de un viejo pino, mirando la lluvia caer. Pequeñas gotas entre las gotas, como hormigas, llegan hasta mí, se amontonan en multitud junto a mis botas y bailan en ronda una sutil y silenciosa melodía.
Vagando sin rumbo por calles anónimas de aquel lejano barrio gótico del viejo mundo. Fantasmas de otro tiempo caminan junto a mí, indiferentes a las señales de hoy, e inmersos en rutinas de siglos pasados.
Una pausa en un bar, y una copa de absenta.
El verso que llega aniquila las distancias y superpone, unas sobre otras, las líneas del tiempo; sobrevive a su hora y trasciende el papel. Recostado en la eternidad, comienza a fluir el trazo. Pasarán los años en relojes de pared y este ser diminuto seguirá esclavo de ese inútil derrotero cuántico; salto a través de los tiempos que moldea un presente único.
Luego volver del viaje. Ebrio de ayer. Con los pies empapados.
W.F.A.G.T.
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